¿Cómo expresar la sutil combinación de control y libertad, de contención y salvajismo, de perfección y espontaneidad que tiene la música de este disco, la gran obra de Moby?
Play (1999) es su disco más conocido, publicado justo en la cumbre del negocio musical, que aunque ya empezaba a notar en sus carnes el mordisco de las descargas ilegales, seguía facturando cifras impensables hoy (38.600 millones de $ americanos frente a los 15.000 mllones de $ del año 2015). Era el fin del canto de cisne de una industria que seguía sin aceptar el cambio fundamental que suponía Internet y que se aferraba a su modo tradicional de producir y distribuir las creaciones de sus artistas.
Quizás por eso, porque había dinero -y aunque el CD impuso una reducción notable del tamaño de la carátula frente al LP, disminuyendo su impacto visual- Play contó con un diseño muy bien trabajado por su directora artística, Ysabel Zu Innhausen Und Knyphausen (se llama así, lo juro), que eligió para hacer la foto de portada a Corinne Day. La imagen muestra a Moby en pleno salto, con una postura muy forzada, encajonado en la esquina superior derecha y parcialmente fuera del encuadre.
En la esquina opuesta, una mano anónima sujeta un flashímetro (probablemente un modelo fabricado por Sekonic). En medio, un gran espacio negativo formado por una pared verde cierra una composición simple pero efectiva, cargada de la dualidad desmadre-control que impera en el disco: el desparrame de la música electrónica con sus ritmos potentes y repetitivos se complementa con bases de la más diversa procedencia, cuidadosamente arropadas por las melodías de las guitarras. teclados y sintetizadores, todo suavidad y control. Como ejemplo, Run On. Moby toma como base "Run on for a long time", un clásico popular americano interpretado en este caso por un oscuro grupo gospel llamando Bill Landford & the Landfordaires, le añade una gran entrada de piano, una sencilla base rítmica y unos toques sutiles de guitarra, scratch y sintetizador, consiguiendo una puesta al día excelente.
En el vídeo oficial de la canción Moby la acompaña con una delirante historia de muerte y redención que transcurre entre la tierra y el cielo y está narrada al revés. No sé que es mejor, si el vídeo o la canción.
Play es, hasta el momento, el mayor éxito de Moby con 10 millones de copias vendidas y sigue gozando del favor de los publicistas, que aún hoy lo utilizan en sus anuncios. Pero volvamos al tema que nos ocupa, la foto de la potrada y su autora.
¿Quién fue Corinne Day (1962-2010)? Ninguna desconocida para los aficionados a la fotografía de moda, Estuvo en los dos lados de la cámara, primero como modelo (sin alcanzar el éxito, todo sea dicho) y luego, tras conocer al modelo Mark Szaszy que le enseñó el manejo de la cámara, como fotógrafa de moda. Cimentó su carrera en Milán para dar el salto a la revista británica de moda y cultura "The Face" (1980-2004), donde de la mano de Phil Bicker, su director artístico, alcanzó en 1990 una gran repercusión no exenta de polémica por las fotos del reportaje "El tercer verano del amor" en la que retrata a una jovencísima debutante Kate Moss en la antítesis de la foto de moda al uso, entonces cargada de maquillaje, lápiz de labios y retoque de las imperfecciones. La sesión causó polémica porque Kate posó en topless con sólo 16 años, algo impensable en la actualidad. Mirando mas allá de la anécdota, su estilo totalmente rompedor, cotidiano y pretendidamente descuidado revolucionó la fotografía de moda y lanzó la carrera profesional de Kate Moss. Otra muestra de su estilo, también con Kate, se puede ver en el reportaje de la edición inglesa de Vogue de junio de 1993 titulado "Under-exposure"
Pero Corinne es bastante más que una fotógrafa de género. Ella misma se define como una junkie de la cámara. Su visión integral del retrato como forma de narrar la vida personal le hizo pedirle a su compañero sentimental que llevase la cámara al hospital, cuando en 1996 sufrió un ataque en el que perdió la consciencia y se le descubrió un tumor cerebral con el que luchó hasta su muerte. Las fotografías de su libro "Diary" muestran su vida y la de las personas con las que se relacionaba en los 90, en un tono crudo y sin omitir momentos que cualquier otro ocultaría a la cámara. No hay duda que Corinne Day era una fotógrafa rebelde con las convenciones al uso, valiente y comprometida con su idea y su estilo de narrar visualmente, aunque le supusiese críticas adversas y la incomprensión de una parte de la opinión pública.
20/02/2017
28/01/2017
Un recuerdo perturbador
El jueves pasado me desperté en la cama de la sala de observación de las urgencias de un hospital. Serían las siete de la tarde y apenas tenía recuerdos de ese día, ninguno fuera de ese lugar. El resto del día había desaparecido y, de momento, sigue igual.
Una caída de la bici con traumatismo craneal leve (gracias al casco, la cosa no fue a más) es la responsable de ese periodo de amnesia que, seguramente, nunca recuperaré. Por la noche, ya en casa y bastante dolorido, trasteando con el móvil veo con sorpresa unas fotos de ese mismo día, por la mañana, unas horas antes de la caída, en la que aparezco en un descanso con los compañeros de ruta en la típica foto de hemos-estado-allí, destinada a ser compartida en una red social y olvidada al instante.
Siempre he valorado al importancia de la fotografía como herramienta para guardar la pequeña e íntima historia de nuestra vida: los lugares y las personas que nos rodean y dan sentido temporal y espacial a nuestra existencia. Creo que son un excelente atizador de las brasas de nuestros recuerdos. Sin embargo, nunca me había visto reflejado en un momento tan cercano como si fuese un completo extraño. sin saber que hice, dije o pensé en aquel momento y en aquel lugar. ¡Qué recuerdo perturbador! No sé si alguna vez volverá a mi memoria lo pasado en esas horas, si ese que me mira desde la fotografía dejará de ser una parte de mí algo extraña e inquietante. Otra dimensión de la fotografía en la que no solemos reparar hasta que se dan las circunstancias precisas.
Una caída de la bici con traumatismo craneal leve (gracias al casco, la cosa no fue a más) es la responsable de ese periodo de amnesia que, seguramente, nunca recuperaré. Por la noche, ya en casa y bastante dolorido, trasteando con el móvil veo con sorpresa unas fotos de ese mismo día, por la mañana, unas horas antes de la caída, en la que aparezco en un descanso con los compañeros de ruta en la típica foto de hemos-estado-allí, destinada a ser compartida en una red social y olvidada al instante.
Siempre he valorado al importancia de la fotografía como herramienta para guardar la pequeña e íntima historia de nuestra vida: los lugares y las personas que nos rodean y dan sentido temporal y espacial a nuestra existencia. Creo que son un excelente atizador de las brasas de nuestros recuerdos. Sin embargo, nunca me había visto reflejado en un momento tan cercano como si fuese un completo extraño. sin saber que hice, dije o pensé en aquel momento y en aquel lugar. ¡Qué recuerdo perturbador! No sé si alguna vez volverá a mi memoria lo pasado en esas horas, si ese que me mira desde la fotografía dejará de ser una parte de mí algo extraña e inquietante. Otra dimensión de la fotografía en la que no solemos reparar hasta que se dan las circunstancias precisas.
08/12/2016
La revolución del momento (II)
En la primera parte de esta artículo hablaba de la impresionante evolución tecnológica de las cámaras instaladas en los teléfonos móviles, y de cómo han desplazado la cacharrería fotográfica habitual (cámarsa, objetivos, flashes y accesorios) a los márgenes especializados de la práctica fotográfica.
Pero no se puede componer una imagen completa del cambio brutal sufrido por la fotografía en apenas una década sin tener en cuenta los factores ergonómicos de la fotografía móvil. Merece la pena verlo con detalle.
¿Cuáles son los factores más importantes de la revolución de los móviles? Para responder a esta pregunta, tenemos que analizar su uso. Por ejemplo, Apple afirma que la aplicación más usada en sus teléfonos es iMessage, enfocada a la transmisión asíncrona de mensajes de texto, sonido, imágenes, vídeos y otros tipos de ficheros entre usuarios de teléfonos y tabletas de la marca californiana. Facetime, Skype, WhatsApp, Telegram y Snapchat son ejemplos de otras aplicaciones de comunicación síncrona o asíncrona que acaparan el uso de nuestros teléfonos. La comunicación mediante cualquier formato digital entre dos personas o en el seno de grupos reducidos es ¡qué duda cabe! uno de los grandes motivos para la adquisición de un teléfono móvil.
Por otro lado, la gran popularidad de las redes sociales ha consolidado la atracción que sienten las personas por publicar contenido; nos hemos vuelto narradores de nuestras vidas a través de sus herramientas. Y aunque Twitter, Facebook y YouTube nacieron atadas al PC, viven su edad de oro gracias a sus versiones móviles, disponibles en miles de millones de dispositivos siempre conectados, siempre al alcance de sus dueños. Aquí radica el segundo factor que engancha a los usuarios de móviles: la publicación inmediata en las redes sociales. La digitalización masiva tras la llegada de Internet nos ha convertido en consumidores de grandes dosis de información. Ahora, gracias a los móviles, también somos prolíficos creadores de información.
¿Y no se puede categorizar al fotógrafo como creador de información? Pues claro que sí, en eso ha consistido una parte importante de la fotografía desde su nacimiento: producir información gráfica, ilustrar la historia de los últimos 150 años. Y tengo que decir con satisfacción que la fotografía ha sabido integrarse en este nuevo paradigma del lenguaje digital, pues no hay aplicación móvil, página web o red social que no le dé un tratamiento especial, facilitando la captura, transmisión y publicación de fotografías de forma sencilla y gratificante para el usuario. Algo que, por cierto, brilla por su ausencia en los objetivos de la industria fotográfica tradicional, que vive de espaldas a esta realidad. Y así les va.
Pero no se puede componer una imagen completa del cambio brutal sufrido por la fotografía en apenas una década sin tener en cuenta los factores ergonómicos de la fotografía móvil. Merece la pena verlo con detalle.
¿Cuáles son los factores más importantes de la revolución de los móviles? Para responder a esta pregunta, tenemos que analizar su uso. Por ejemplo, Apple afirma que la aplicación más usada en sus teléfonos es iMessage, enfocada a la transmisión asíncrona de mensajes de texto, sonido, imágenes, vídeos y otros tipos de ficheros entre usuarios de teléfonos y tabletas de la marca californiana. Facetime, Skype, WhatsApp, Telegram y Snapchat son ejemplos de otras aplicaciones de comunicación síncrona o asíncrona que acaparan el uso de nuestros teléfonos. La comunicación mediante cualquier formato digital entre dos personas o en el seno de grupos reducidos es ¡qué duda cabe! uno de los grandes motivos para la adquisición de un teléfono móvil.
Por otro lado, la gran popularidad de las redes sociales ha consolidado la atracción que sienten las personas por publicar contenido; nos hemos vuelto narradores de nuestras vidas a través de sus herramientas. Y aunque Twitter, Facebook y YouTube nacieron atadas al PC, viven su edad de oro gracias a sus versiones móviles, disponibles en miles de millones de dispositivos siempre conectados, siempre al alcance de sus dueños. Aquí radica el segundo factor que engancha a los usuarios de móviles: la publicación inmediata en las redes sociales. La digitalización masiva tras la llegada de Internet nos ha convertido en consumidores de grandes dosis de información. Ahora, gracias a los móviles, también somos prolíficos creadores de información.
¿Y no se puede categorizar al fotógrafo como creador de información? Pues claro que sí, en eso ha consistido una parte importante de la fotografía desde su nacimiento: producir información gráfica, ilustrar la historia de los últimos 150 años. Y tengo que decir con satisfacción que la fotografía ha sabido integrarse en este nuevo paradigma del lenguaje digital, pues no hay aplicación móvil, página web o red social que no le dé un tratamiento especial, facilitando la captura, transmisión y publicación de fotografías de forma sencilla y gratificante para el usuario. Algo que, por cierto, brilla por su ausencia en los objetivos de la industria fotográfica tradicional, que vive de espaldas a esta realidad. Y así les va.
20/11/2016
La revolución del momento (I)
Yo sé que a alguno le va a doler, pero no podemos negar la realidad. La fotografía está experimentando una gran revolución, similar en magnitud a la sufrida en el cambio de siglo con el advenimiento de la digitalización y, probablemente, de consecuencias más profundas y duraderas. La fotografía se ha hecho móvil.
Mientras que se hunden las ventas de cámaras y accesorios fotográficos, mientras que los profesionales se quejan de la pérdida de facturación y emprenden aventuras empresariales cada vez más arriesgadas, es fácil pensar que es la fotografía en sí misma la que sufre una grave crisis.
Sin embargo, la realidad es que la fotografía goza de buena salud, aunque ha mutado de forma notable. La llegada del iPhone en 2007 cambió para siempre sus reglas. La ubicuidad de los dispositivos móviles dotados de increíbles cámaras miniaturizadas hasta extremos más propios del mundo del espionaje que de la fotografía convencional, ha alterado irreversiblemente el escenario. La fotografía se ha vuelto móvil.
En el aspecto técnico, se han ganado muchas batallas: las cámaras móviles tienen una resolución más que suficiente, un nivel de ruido digital cada vez más bajo, un enfoque cada vez más rápido y un procesado digital impresionante, gracias a la integración de algoritmos de tratamiento de la imagen en los SoCs, esos chips que son el corazón de cualquier teléfono móvil. Y no van a dejar de mejorar: las dobles cámaras proporcionan dos distancias focales, lo que reduce la necesidad de un objetivo zoom, una de sus mayores pegas. La estabilización óptica ya es posible, como lo demuestran los últimos modelos de móviles, así como el enfoque por diferencia de fase.
Las cámaras convencionales ven acortado su campo de acción a situaciones especiales: rangos focales extremos (teles y superangulares), enfoque rápido y preciso de sujetos en movimiento, escasa profundidad de campo para la producción de grandes desenfoques, nivel de ruido reducido en exposiciones de gran duración. En resumen, su utilización sólo es necesaria en determinadas disciplinas fotográficas: deportes, fauna salvaje, astropaisaje, macrofografía...
La evolución tecnológica de las cámaras móviles ha sido tan rápida que, para la inmensa mayoría de las personas que hacen fotos, el móvil será la única cámara que poseerán a partir de ahora. Pero no sólo se trata de tecnología, como veremos en la segunda parte de este artículo.
Mientras que se hunden las ventas de cámaras y accesorios fotográficos, mientras que los profesionales se quejan de la pérdida de facturación y emprenden aventuras empresariales cada vez más arriesgadas, es fácil pensar que es la fotografía en sí misma la que sufre una grave crisis.
Sin embargo, la realidad es que la fotografía goza de buena salud, aunque ha mutado de forma notable. La llegada del iPhone en 2007 cambió para siempre sus reglas. La ubicuidad de los dispositivos móviles dotados de increíbles cámaras miniaturizadas hasta extremos más propios del mundo del espionaje que de la fotografía convencional, ha alterado irreversiblemente el escenario. La fotografía se ha vuelto móvil.
En el aspecto técnico, se han ganado muchas batallas: las cámaras móviles tienen una resolución más que suficiente, un nivel de ruido digital cada vez más bajo, un enfoque cada vez más rápido y un procesado digital impresionante, gracias a la integración de algoritmos de tratamiento de la imagen en los SoCs, esos chips que son el corazón de cualquier teléfono móvil. Y no van a dejar de mejorar: las dobles cámaras proporcionan dos distancias focales, lo que reduce la necesidad de un objetivo zoom, una de sus mayores pegas. La estabilización óptica ya es posible, como lo demuestran los últimos modelos de móviles, así como el enfoque por diferencia de fase.
Las cámaras convencionales ven acortado su campo de acción a situaciones especiales: rangos focales extremos (teles y superangulares), enfoque rápido y preciso de sujetos en movimiento, escasa profundidad de campo para la producción de grandes desenfoques, nivel de ruido reducido en exposiciones de gran duración. En resumen, su utilización sólo es necesaria en determinadas disciplinas fotográficas: deportes, fauna salvaje, astropaisaje, macrofografía...
La evolución tecnológica de las cámaras móviles ha sido tan rápida que, para la inmensa mayoría de las personas que hacen fotos, el móvil será la única cámara que poseerán a partir de ahora. Pero no sólo se trata de tecnología, como veremos en la segunda parte de este artículo.
26/06/2016
¿Está la fotografía en crisis?
Escuchando las sabias palabras del Juan Guerrero, cuyo trabajo como fotoperiodista y fotógrafo callejero ilustra el interesante documental "La caja de cerillas", parece que se extiende la idea de una fotografía en crisis, estandarizada por el pensamiento único de la globalización que impone, de manera casi dictatorial, la moda del momento y donde ya no tiene cabida la excentricidad genial, el propio estilo como seña de identidad o la experimentación y la ruptura como forma de avanzar en el lenguaje fotográfico.
Historias, siempre habrá que contarlas y siempre se contarán. Es un rasgo propio del ser humano, forma parte de nuestra identidad como especie social y cultural. Y durante casi un siglo, la fotografía ha estado en la pomada de las historias contando al mundo lo que pasaba, haciendo creíbles unos textos que cobraban vida porque veíamos lo que narraban. La imagen estática hacía de notario de la realidad.
Pero las coas cambian, los tiempos adelantan que es una barbaridad y la fotografía documental languidece arrinconada por nuevas formas de narrar la realidad, más inmediatas e inmersivas como el vídeo ubicuo (cámaras de seguridad, teléfonos móviles) y lo que está por venir, como la realidad virtual.
Entonces, ¿debemos decir adiós a esa magnífica rama de la fotografía y echar definitivamente la toalla? No, no, no y mil veces no. Aunque sólo sea por devolver un poquito de lo que los nos han legado tantos y tantos genios de la fotografía y del periodismo a lo largo de casi cien años, aunque sólo sea por el placer de extraer una brizna de la realidad o de la belleza oculta en ese instante mínimo que capturan juntos el fotógrafo y la cámara, aunque sólo sea porque sí, porque nos gusta la fotografía y porque disfrutamos siendo testigos de esa gota de espacio y tiempo que nos ha tocado vivir.
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Fotos, ¡ni hablar! |
Historias, siempre habrá que contarlas y siempre se contarán. Es un rasgo propio del ser humano, forma parte de nuestra identidad como especie social y cultural. Y durante casi un siglo, la fotografía ha estado en la pomada de las historias contando al mundo lo que pasaba, haciendo creíbles unos textos que cobraban vida porque veíamos lo que narraban. La imagen estática hacía de notario de la realidad.
Pero las coas cambian, los tiempos adelantan que es una barbaridad y la fotografía documental languidece arrinconada por nuevas formas de narrar la realidad, más inmediatas e inmersivas como el vídeo ubicuo (cámaras de seguridad, teléfonos móviles) y lo que está por venir, como la realidad virtual.
Entonces, ¿debemos decir adiós a esa magnífica rama de la fotografía y echar definitivamente la toalla? No, no, no y mil veces no. Aunque sólo sea por devolver un poquito de lo que los nos han legado tantos y tantos genios de la fotografía y del periodismo a lo largo de casi cien años, aunque sólo sea por el placer de extraer una brizna de la realidad o de la belleza oculta en ese instante mínimo que capturan juntos el fotógrafo y la cámara, aunque sólo sea porque sí, porque nos gusta la fotografía y porque disfrutamos siendo testigos de esa gota de espacio y tiempo que nos ha tocado vivir.
18/05/2016
Grandes portadas: Rumours
Toda una vida dedicada a la fotografía (como en casi todos los oficios) y te irás a la tumba sin que el Éxito con mayúsculas llame a tu puerta. Eso es lo más probable, pero en la industria de la música enlatada, allá en el siglo pasado cuando Internet aún no había puesto el negocio patas arriba, existía una remota posibilidad de triunfar a lo grande. Sólo hacía falta tener talento, suerte y, a veces, amigos.
La clave estaba en que te encargasen una foto para la portada de un disco que se convirtiese en un gran éxito de ventas. En aquellos días en los que el LP era el rey de la distribución musical, la portada era primordial para conseguir atraer la atención del amante de la música que quería conocer nuevos intérpretes. Los LPs se amontonaban en interminables hileras de mostradores donde los clientes los veían, antes de escucharlos. Una portada que llamase la atención y que diese pistas musicales sobre la obra que contenía era muy importante para la promoción de los artistas, y las casas discográficas se gastaban mucho dinero en conseguirlo.
Que te encargasen fotografías para una portada ya era todo un logro, pero si el disco pasaba sin pena ni gloria, la fotografía seguía su mismo camino hacia el olvido. Pero todo cambiaba cuando el disco triunfaba: la portada podía llegar a convertirse en un icono cultural y ser reconocida durante décadas, al igual que la música que ilustraba.
No sé si el protagonista de este artículo pensó alguna vez en conseguir algo tan importante. El hecho es que lo hizo, y a lo grande: 40 millones de discos vendidos sitúan a Rumours, el undécimo disco del grupo británico-estadounidense Fleetwood Mac, como su obra más popular y el sexto en la lista de discos más vendidos del planeta Tierra. ¡Todo un logro! ¿Cuántos fotógrafos pueden presumir de haber vendido 40 millones de copias de una de sus obras? Pues Herbert W. Worthington (1944-2013) lo consiguió con esta fotografía tan especial:
La clave estaba en que te encargasen una foto para la portada de un disco que se convirtiese en un gran éxito de ventas. En aquellos días en los que el LP era el rey de la distribución musical, la portada era primordial para conseguir atraer la atención del amante de la música que quería conocer nuevos intérpretes. Los LPs se amontonaban en interminables hileras de mostradores donde los clientes los veían, antes de escucharlos. Una portada que llamase la atención y que diese pistas musicales sobre la obra que contenía era muy importante para la promoción de los artistas, y las casas discográficas se gastaban mucho dinero en conseguirlo.
Que te encargasen fotografías para una portada ya era todo un logro, pero si el disco pasaba sin pena ni gloria, la fotografía seguía su mismo camino hacia el olvido. Pero todo cambiaba cuando el disco triunfaba: la portada podía llegar a convertirse en un icono cultural y ser reconocida durante décadas, al igual que la música que ilustraba.
No sé si el protagonista de este artículo pensó alguna vez en conseguir algo tan importante. El hecho es que lo hizo, y a lo grande: 40 millones de discos vendidos sitúan a Rumours, el undécimo disco del grupo británico-estadounidense Fleetwood Mac, como su obra más popular y el sexto en la lista de discos más vendidos del planeta Tierra. ¡Todo un logro! ¿Cuántos fotógrafos pueden presumir de haber vendido 40 millones de copias de una de sus obras? Pues Herbert W. Worthington (1944-2013) lo consiguió con esta fotografía tan especial:
La grabación del disco auguraba cualquier cosa menos el éxito: el grupo estaba a la greña con peleas constantes entre sus miembros, debido a las relaciones sentimentales tormentosas entre las parejas formadas por Christine y John McVie (entonces recientemente divorciados) y por Stevie Nicks y Lindsey Buckingham; mientras que aquellos no se hablaban, éstos discutían continuamente. Para empeorar las cosas, la prensa especializada en música y cotilleos no dejaba de alimentar el fuego con continuos rumores sobre problemas en el seno del grupo. Con semejantes antecedentes, no es extraño que la grabación fuese larga y complicada.
La relación de Herbert Worthington con el grupo se basaba en la amistad personal con Stevie Nicks; en cierto modo era su fotógrafo personal. Su relación con la música data de los años 60, hasta el punto que aprendió fotografía de Ron Raffaelli, fotógrafo personal de Jimi Hendrix. No obstante, ha pasado a la historia musical y fotográfica por esta imagen. En ella vemos a MIck Fleetwood, vestido con un traje de reminiscencias renacentistas y con el pie apoyado en un escabel. La figura femenina es Stevie Nicks, vestida como Rhiannon, una suerte de Artemisa de la mitología celta que da nombre a una canción del disco anterior y cuyo traje utilizaba en sus actuaciones. La extraña relación entre las poses de ambos sujetos, sus miradas sustraídas a la cámara, la gran diagonal descendente que domina la composición, la utilización del blanco y negro contra un fondo crema y el reflejo en la bola de cristal contribuyen a crear un clima intimista y extraño, que oculta más que muestra e invita a averiguar qué hay detrás; en definitiva, a escuchar el disco.
La relación de Herbert Worthington con el grupo se basaba en la amistad personal con Stevie Nicks; en cierto modo era su fotógrafo personal. Su relación con la música data de los años 60, hasta el punto que aprendió fotografía de Ron Raffaelli, fotógrafo personal de Jimi Hendrix. No obstante, ha pasado a la historia musical y fotográfica por esta imagen. En ella vemos a MIck Fleetwood, vestido con un traje de reminiscencias renacentistas y con el pie apoyado en un escabel. La figura femenina es Stevie Nicks, vestida como Rhiannon, una suerte de Artemisa de la mitología celta que da nombre a una canción del disco anterior y cuyo traje utilizaba en sus actuaciones. La extraña relación entre las poses de ambos sujetos, sus miradas sustraídas a la cámara, la gran diagonal descendente que domina la composición, la utilización del blanco y negro contra un fondo crema y el reflejo en la bola de cristal contribuyen a crear un clima intimista y extraño, que oculta más que muestra e invita a averiguar qué hay detrás; en definitiva, a escuchar el disco.
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