14/05/2015

La fotografía, emponzoñada

En esta vida, incluso en su versión digital, todo tiene sus pros y sus contras.

La larga y fecunda trayectoria vital de la fotografía ha desembocado en el siglo XXI para afrontar el mayor reto de su existencia: encontrar su sitio en el universo digital, caracterizado por su volatilidad y por su diversidad. Es un reto mayor, como veremos.

Es innegable que la fotografía no acaba de encontrar un lugar cómodo. Tras incorporar todas las ventajas de la digitalización (calidad, simplicidad y abaratamiento de su manipulación, facilidad de transmisión, visionado y duplicación, etc.), empiezan a aparecer fricciones que, poco a poco, van dificultando la convivencia entre los fotógrafos y las imágenes digitalizadas. Como si de un lento y persistente veneno se tratase, aparecen problemas cuya importancia no hace más que crecer y para los que la comunidad fotográfica no acaba de encontrar solución.

Los indicios son sutiles, pero cada vez más numerosos. Voy a citar algunos de los muchos que aparecen día a día.

El primero es un clásico: pertenece al recurrente tema de la destrucción irremisible de las imágenes, sin posibilidad razonable de recuperación. Desde el punto de vista técnico no estamos peor que al principio. El problema se agrava ante la ingente cantidad de fotos producidas digitalmente y que carecen de una contrapartida "estable" como el papel, el negativo o la diapositiva. Si acaso, la entrada en escena de los dispositivos móviles ha empeorado notablemente la situación pues una gran cantidad de fotografías se almacenarán únicamente en el teléfono, a expensas de su pérdida, robo o deterioro irreversible. Es la mano negra de la fotografía: se hacen más fotos que nunca, pero también se pierden más que nunca.

Por citar un ejemplo (de ayer mismo), Leica advierte a los clientes de la carísima cámara M monocroma que no descarguen sus fotos en la aplicación Photos de Apple so pena de arriesgarse a que se destruya la librería de la aplicación, lo que significaría la pérdida de las fotos existentes. Tampoco es tan grave, ¿no? Los usuarios afectados tendrán copia digital de sus fotos... No me apostaría ni un mísero café a que es así.

El segundo tiene que ver con la tiranía de la tendencia. Internet es la mayor máquina amplificadora de opinión que ha creado la especie humana, y como tal impone las modas de manera aplastante y en un tiempo récord. En el caso de la fotografía se traduce en la imperiosa necesidad de hacer la misma foto: la que está arrasando en las galerías, redes sociales y demás sitios especializados. Da igual la que sea; el caso es estar a la última, especialmente si se pretende comer de esto (que ya es difícil...).

Así hemos visto pasar fugazmente toneladas de fotos tonalmente hiperprocesdas, rostros de plástico, panorámicas, composiciones de alto rango dinámico, videos a cámara lenta hechos a partir de fotografías, vídeos "dronizados", etc. Es un no parar y sin que haya expectativas de cambio a corto o medio plazo. Ante esta situación el que quiere destacar en este mundo, convertirse en protagonista por un día y sacarle provecho económico tiene que ser el primero y crear tendencia, o simplemente hacer algo tan raro que conseguirá notoriedad por oposición, por frikismo. ¿Una muestra? Pincha aquí.

El tercero pertenece a otro clásico de la vorágine de la digitalización: la incapacidad de adaptación de la industria a un entorno cambiante. Casi desaparecida la impresión en papel, es el sector de la fabricación de equipo fotográfico quien está sintiendo el escozor en su cuenta de resultados (lo único que le duele de verdad a una empresa es el deterioro de su cuenta de resultados). Digámoslo alto y claro: las cámaras fotográficas han perdido el tren de la digitalización al descarrilar el vagón de la conectividad. De nada le sirve al fotógrafo actual la producción de grandes fotos si éstas se quedan aisladas en la tarjeta de memoria de la cámara, puesto que la foto actual necesita ser procesada y publicada ya. Los móviles han demostrado cuál es el camino, las cámaras "serias" han sido incapaces de seguirlo y lo que es peor, sus fabricantes parecen incapaces de entenderlo y los usuarios -¡acción y reacción!- parecen incapaces de seguir comprando sus cámaras.

El asunto es más grave de lo que parece, pues hasta los productores de aplicaciones fotográficas "serias", como Adobe, tampoco parecen haberlo entendido. Como ejemplo tenemos su estrategia en Lightroom a la hora de publicar una foto (subscripción a Creative Cloud, importación de las fotos a Lightroom en el PC, sincronización  con Lightroom en la tableta o en el móvil a través de su propia nube... [¿sigo?]). Comparado con sacar el móvil, hacer la foto, subirla a Flickr o enviarla por WhatsApp, es como vivir en la edad de piedra. Mentes Pensantes del Altar de la Fotografía: las fotos son para publicarse, para compartirlas con los demás, ya que forman parte fundamental del nuevo lenguaje digital que se ha instaurado en nuestra sociedad.

El cuarto y último de este artículo consiste en el auge de la autoimagen o el autorretrato, como se le quiera llamar (me niego a utilizar la palabrita inglesa de moda, la que da nombre a los palitos). Los que tenemos una edad, como un servidor, nos puede parecer una moda egocéntrica y poco elevada desde el punto de vista moral, pero este juicio superficial merece una reflexión sobre el nuevo modelo de comunicación que la digitalización ha impuesto: un tipo de interacción débil, de mensajes cortos y sin la presencia simultánea de los interlocutores en el mismo espacio físico en el que su imagen y sus gestos son visibles por los demás. En este nuevo escenario es un requisito básico mostrarse a través de una imagen real y actual para dar entidad y autenticidad a tu discurso. Sin embargo, no creo que todo sea maravilloso, que toda valga: por ejemplo, antes le pediría a alguien que me hiciese una foto que utilizaría uno de éstos.


07/04/2015

Las cámaras caen del cielo

El mundo no deja de cambiar y de sorprenderme, Si el fin de la semana santa nos ha dejado fotos absurdas de fotógrafos robando el protagonismo a las procesiones, inundando de cámaras el espacio alrededor de las imágenes, más rara es la noticia que acabo de leer y que confirma mis temores sobre el peligro fotográfico que viene del cielo.


El caso es que, como decía, se ha publicado en Internet un vídeo tomado por una cámara Gopro, literalmente caída del cielo. La historia es ésta: Leif Orstadius, sueco de Gingelstad, paseando por el campo se encontró tirada y perdida una cámara GoPro. Su sorpresa fue mayúscula al comprobar que la cámara se había desprendido del casco de un paracaidista en caída libre, y que el vídeo de la caída se había conservado intacto, a pesar del mayúsculo coscorrón contra el suelo.

Éste es el vídeo.

La historia completa puedes leerla aquí.

Los drones se han convertido en tema de conversación en las tertulias de fotógrafos; lógico, ya que la red está inundada de vídeos tomados desde el privilegiado punto de vista de estos dispositivos volantes. En más de una ocasión he comentado que algún día ocurrirá una desgracia, cuando un dron sin control caiga sobre alguna persona y provoque un accidente o, pero aún, una muerte. Da igual que se intente regular el manejo y el espacio permitido para su uso: con lo baratos que son y la absoluta falta de control en los puntos de venta, es cuestión de tiempo que se produzca la fatal desgracia y nos llevemos las manos a la cabeza ante la falta de medidas de las autoridades competentes.

Mientras tanto, habrá que mirar de vez en cuando al cielo, no sea que veamos aparecer un inesperado regalo fotográfico de las alturas. ¡Qué cosas tiene el progreso!


13/01/2015

¿Ahora o nunca?

Que la industria fotográfica está sufriendo su mayor crisis desde la llegada de la digitalización, es incuestionable. En este mundo en el que vivimos los indicadores de las crisis son las ventas y los beneficios, y ambos están en caída libre. Las ventas de cámaras digitales en el mundo no hacen más que disminuir, mes tras mes y año tras año, como se ve en este gráfico demoledor (para la industria) confeccionado por CIPA, organización que agrupa a los principales fabricantes de equipos fotográficos:


Los datos interanuales son igual de dolorosos: si en 2012 se vendieron 98 millones de cámaras, en 2013 fueron 63. Y, por primera vez, no hay segmento del mercado que se libre, ni siquiera el formado por las cámaras de objetivos intercambiables, que año tras año resistía con subidas de ventas. Toda la industria está en declive.

Tiempo de penurias, pero también tiempo de innovación: las grandes empresas tienen mucha inercia corporativa, lo que las hace reaccionar sólo cuando le ven las orejas al lobo. Tras la consolidación del teléfono móvil como cámara compacta, los fabricantes han seguido el camino obvio, primero fomentando la venta de cámaras réflex de sensor APS-C, para centrarse después en las réflex de sensor "grande", antes llamado de paso universal y ahora FF. Todo en vano, la hemorragia no cesa.

Paralelamente, los fabricantes más afectados, y en esta categoría caen todos menos Canon y Nikon, han apostado por la cámara de objetivos intercambiables sin espejo. En esta campo se está produciendo una evolución muy rápida y paralela a sus hermanas réflex, que consiste en aumentar el tamaño del sensor pasando del estándar micro cuatro tercios a APS-C, para acabar en el sensor de paso universal. Y toda esta evolución se produce sin que la tecnología de base esté lo suficientemente desarrollada, especialmente en el apartado de los visores electrónicos y la capacidad de enfoque a sujetos en movimiento. No importa, el tiempo se acaba y las cuentas no salen. Hay que desarrollar y lanzar nuevos productos, porque a la industria le va la vida en ello.

Un ejemplo a destacar es la gama Alpha 7 de Sony, una incursión agresiva en el mercado de cámaras intercambiables sin espejo con sensor de paso universal. Los modelos se suceden a gran velocidad, son más compactos, ligeros y baratos que sus hermanas réflex  y están disponibles en tres resoluciones diferentes: 12, 24 o 36 Mpíxeles. Increíble. Como ejemplo, la reciente Alpha 7 II de 24 Mpíxeles y estabilización en la propia cámara.

 Estoy convencido de que la tecnología réflex será la gran víctima de esta situación. Su dependencia de la óptica en el visor y el sistema de enfoque, y de la mecánica en el espejo y el obturador, las hace caras de fabricar y de mantener. Por contra, la tecnología sin espejo relega la óptica y la mecánica a mínimos, al menos en el cuerpo (los objetivos son otro cantar). Así se consiguen cámaras más baratas de fabricar y con mucho menos mantenimiento, lo que se traduce en precios menores y mayores márgenes.

¿Cuándo veremos el punto de inflexión en este proceso? Cuando Canon, y en menor medida Nikon, anuncien su gama de cámaras sin espejo, compatibles al 100% con su gama actual de objetivos. Éste será el último clavo en la tapa del ataúd de las réflex, y ya puestos a especular, no creo que pase 2015 sin que uno de las dos grandes lo anuncie. El tiempo apremia.